miércoles, 8 de febrero de 2012

Una pregunta, una respuesta

El umbral de tu puerta, desde el que me estás hablando, parece terriblemente lejano. Tus palabras llegan a mis oídos, embotados por todo el ruido diario de mis pensamientos, que me taladran cual martillo neumático.
- ¿Me estás escuchando?

Y la respuesta es no, pero yo asiento levemente con la cabeza.
- Te conozco desde hace suficiente para saber que tú no eres así - Por algún extraño motivo me hablas sin la rabia que cabría esperar de esta conversación. Me hablas con una inusual empatía y cierta... pena. Sí, eso es.
- ¿Crees que me conoces? - Pregunto, y sonrío. No es una sonrisa amable; todo lo contrario.
- Sí - Responde con firmeza. - O por lo menos, conocía a la persona que solías ser.

Esas palabras consiguen atravesar la densa bruma mental que me envuelve últimamente. Mis ojos adquieren ese brillo característico del silencio que precede a la tormenta.
- Eres una sombra de ti mismo - Y pone una delicada mano sobre mi gélida mano, sobre la colcha. Puedo notar su cariño, circulando como una corriente por mi piel: esto es lo que quiere transmitirme. - ¿Qué es lo que te pasa? Vamos, cuéntamelo.
- No me pasa nada - Respondo, y me aparto inconscientemente de ella.

Me pongo en pie, activado por un resorte. Un torrente de emociones me recorren ahora.
- ¿Qué mierda te pasa? - Inquiere lentamente. Le he hecho daño.

- ¡¿Qué mierda te pasa?! - Grita. ¿Cómo se supone que voy a responderte sin romperte?
- No lo sé - Y no puedo ser más sincero en este momento.
- Yo sólo quiero una oportunidad... - Dice. Lo sé, yo también la quiero.

Me marcho sin despedirme. Es más, me marcho sin ni siquiera mirarte, porque sé que ahora mismo esa mirada que me estás profesando puede atravesar esa última defensa que me queda y herirme profundamente.


Son las cuatro y pico de la mañana. Una hora muy cercana últimamente. Dormir no puedo, y me revuelvo dentro de mi cama innumerables veces en la oscuridad. El móvil está apagado, como acostumbro a hacer también desde un tiempo a acá. Mi mano se alarga y tantéa la mesa hasta dar con él.

Doce llamadas no son pocas. Mereces que te devuelva la que puede ser la última. Suena una vez. Suena dos. Suena tres.

Casi pierdo la esperanza cuando lo coges, y con una voz que denota el terrible sueño que tienes me contestas.
- ¿Quieres saber lo que me pasa? - Pregunto, y puedo
ver cómo asientes al otro lado de la conexión.

Y, a pesar de las horas y de las preguntas que levantarán esta escapada nocturna mañana por la mañana, insistes en venir a mi casa.

Porque hablar por teléfono no te gusta. Al igual que a mí.

No hay comentarios: