viernes, 19 de agosto de 2011

Crónica de una muerte anunciada

Nuestros cuerpos desnudos marcados por la lujuria, relucientes a la tímida luz de la farola que se cuela por las rendijas. Un suspiro. El tic-tac de un reloj de pared que continua, inexorable. El rugido de un motor distante. Y a mi lado yace ella, dormida. Me doy la vuelta y la contemplo en todo su cálido esplendor.

Intento retener cada detalle con la mayor exactitud que mi caprichosa memoria me permite, pues esta no es si no la despedida.

Su respiración, acompasada. Su rostro, precioso. Y el resto de su figura, arrebatadora. Absorto la contemplo durante demasiado tiempo, hasta que vuelvo en mí. Miro el móvil y este me señala la hora agónica.
Con toda la delicadeza que puedo, me incorporo en la cama y paso por encima suya, tratando de no despertarla. Busco casi a tientas mi ropa interior, el pantalón y la camiseta. Ella emite un murmullo y mi corazón se para durante un segundo, pero, por fortuna, sigue durmiendo profundamente. Recojo el resto de mis cosas y me dispongo a marcharme. Una vez en el pasillo me doy la vuelta y entro de nuevo en la habitación. Me acerco a ella y la beso en el hombro.
- Lo siento, princesa. - Susurro a un oído sordo, y desaparezco.

Afuera, el aire nocturno me corta con su frío. Intento recordar dónde había aparcado el coche, aún impregnado en su embriagadora fragancia.

Bienvenidas, noches largas.


2 comentarios:

ValkiRia dijo...

A mí nunca me ha gustado que la gente se vaya sin despedirse...

Wind dijo...

Las despedidas pueden llegar a ser complicadas a veces :)