domingo, 25 de diciembre de 2011

Mi invierno particular

"Sabes que escribir es algo necesario para ti cuando ello mismo te ayuda a comprender mejor sobre lo que estás hablando."

Abatido, la vio alejarse por el sendero flanqueado por las primeras nieves caídas. El pequeño erizo se quedó clavado en el sitio hasta que la silueta se perdió en el horizonte, sin mirar ni una vez hacia atrás.

Suspiró y decidió que había llegado la hora de volver a casa, la cual se le antojaba muy lejana. Se puso en marcha a buen ritmo, como queriendo alejarse rápidamente de aquel lugar en cierta forma maldito.

No pasó mucho rato hasta que notó que su propio caparazón le agobiaba como nunca antes lo había hecho. Se concedió un momento de descanso, salió del camino y se sentó a la sombra de un viejo árbol, cuya madera estaba reseca y agrietada. Miró a ambos lados, y cuando se cercioró de que no venía nadie, procedió a desnudarse.
Su rosada y delicada piel auténtica quedó al descubierto. Ya ni se acordaba de cuándo había sido la última vez que lo había hecho, y se abandonó un poco a sus recuerdos.

Súbitamente, un gran cuervo negro que lo había estado observando desde una de las ramas del viejo árbol se abalanzó sobre él. El pequeño erizo apenas tuvo tiempo de reaccionar y las garras del ave se le clavaron profundamente. Indefenso, intentó zafarse de la presa, pero no era lo suficientemente fuerte.

Dándolo por muerto, el cuervo emitió un graznido de orgullo y volvió a su rama, dejando al pobre animal tirado en el suelo. Y allí permaneció hasta que cayó la noche y el pájaro se quedó dormido.

A duras penas, el erizo se levantó, recogió su armazón y se alejó como pudo del lugar. Una vez se hubo distanciado lo suficiente, procedió a colocarse de nuevo sus espinas, de las cuales no debía haberse desprendido.

Y continuó su camino, herido por fuera, y también por dentro.

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