martes, 6 de mayo de 2008

El Sueño

Una figura femenina se paseaba por la orilla de la playa, mientras las ínfimas olas rompían con un leve murmullo. El brillo selénico que el mar robaba al plateado cuerpo celeste la inundaba.

Daba pasos cortos y suaves, como queriendo no salpicar agua en su reluciente vestido. Se giró y miró a el hombre que estaba sentado en la arena, a escasos metros de ella. Él contempló sus vivaces ojos verdes con una sincera sonrisa: amor.
Se levantó, dejando la chaqueta gris y los caros zapatos allí mismo y corrió.

Ella hizo el mismo juego de siempre de intentar huir, pero antes de que hubiera dado media docena de zancadas, unos brazos la sujetaron con delicadeza y firmeza al mismo tiempo. Su ligero cuerpo voló un instante, y aterrizó en el regazo del joven, que perdió el equilibrio y la arrastró con él a la salada arena.

La boca de la chica formó un leve gesto de dolor, pero de sus carnosos labios no escapó ningún sonido. Retiró el pelo que le cubría e rostro y volvió a dejarse hipnotizar por aquellos ojos.
- Te quiero. - Dijo.
- Yo también, cariño. - Murmuró ella. Pero una leve arruga de preocupación surcó su magnífico rostro.
- ¿Qué pasa? - Preguntó mientras se incorporaba, pero el cuerpo de la chica no le dejó.
- Matt, tienes que despertar. - Pronunció. Durante un momento, sólo se escuchó el mar, que a Matt se le antojaba muy lejano.
- . . . ¿Qué? - Contestó, confuso. - ¿Qué quieres decir, Clare?

Sus ojos se empañaron y comenzó a sollozar contra su fornido pecho.
- Despierta, Matt. - Repitió con angustia. - Por favor.

Él no comprendió, pero le bastó con ver su rostro apesadumbrado por la pena para que una lágrima surcara su mejilla. Cerró los ojos, intentando controlarse.

Cuando los abrió de nuevo, se encontró con el techo. Se llevó una mano a la cara, y se restregó los húmedos ojos. Respiró profundamente, y acto seguido miró el despertador digital; eran las seis y media. Matt tuvo la seguridad de que no volvería a dormirse, así que se levantó y decidió asearse con más tranquilidad de lo normal.

Las sábanas se le habían enredado entre las piernas, por lo que estuvo a punto de tropezar y caer de bruces sobre la mullida alfombra. Masculló algo así como "joder", y agitó la piernas con violencia. Una vez se hubo librado de ellas, caminó descalzo hasta el pasillo y alargó una mano hasta el frío picaporte metálico.


- Tienes mala cara. - Dijo a modo de saludo Fran. Era un hombre alto, fuerte y barbudo. Una cicatriz le partía una ceja por la mitad, a buen seguro de un golpe alocado de niño.
- No he dormido demasiado bien. - Respondió él.
- Te invito a un café, chico. - Dijo mientras se daba la vuelta, metía la mano en sus pantalones e introducía una moneda en la vieja máquina de la empresa. - ¿Sin azúcar?
- Ya me conoces. - Y se sentó en una silla plegable a la cual le había arrancado casi toda la gomaespuma del culo.
- Toma. - Ofreció. - Más te vale no quedarte dormido otra vez encima del ordenador.
- No sé lo que me pasa, Fran, no puedo quitármelo de la cabeza. - Explicó mientras se llevaba el humeante vaso a la boca. Dio un trago lento y notó el amargo sabor de la planta.
- Sabes que no fue culpa tuya, tío; aquel hijoputa se saltó todos los semáforos de la avenida. - Intentó consolarlo. Él fue a abrir la boca para contestar algo como "pero podría haber estado más atento", cuando un timbre odioso dio por finalizado el descanso.
- . . . genial. - Escupió.


Conducía colérico por la avenida Maine. Notaba como el volante le devolvía la fuerza del apretón de manos que hacía que se le pusieran pálidos los nudillos. Aquella zorra le había engañado con otro.

- ¡Pues por mí, podéis iros al infierno los dos! - Gritó por la ventanilla, destrozando el silencio nocturno. El poco silencio que hay por la noche en la avenida principal de la ciudad. Alargó la mano hasta el asiento del copiloto y aferró a su transparente acompañante; una botella de güisqui irlandés. Güisqui del bueno.

Echó un largo trago y la lanzó contra el asiento de nuevo. El alcohol pareció quemarle toda la garganta. Dio un volantazo y esquivó a un coche solitario, que no iba ni de lejos a su velocidad.
- ¡¡Gilipollas!! - Gritó el conductor.
- ¡¿Para qué quieres el coche, capullo?! - Le contestó, y pisó el acelerador más todavía.

Pasó el semáforo, y otro. Vio de lejos que el tercero comenzaba a parpadear en ambar, pero estuvo seguro de que podría cruzar antes de que cambiara, así que no iba a frenar. Y, de todas formas, no pensaba frenar en caso contrario.

Un haz de luz surgió de una de las calles que atravesaba lateralmente la avenida, seguida por un coche azul metálico. Cuando su ebrio cerebro procesó la información como una situación peligrosa y envió la respuesta a la pierna, ya era demasiado tarde. Pudo ver el pánico que se dibujaba en la cara de sus dos ocupantes; una chica preciosa y un tío, que conducía.

La chica movió los labios, y él pudo leer perfectamente "despierta".


Matt despertó tirado en el sofá del salón, tapado por una fina manta que hacía el paripé por la tarde, pero ahora, sus pies estaban helados. El brillo de la tele iluminaba de forma fantasmagórica los muebles de la estancia. Una señora entrada en carnes atendía a un cocinero que lucía un poblado bigote, el cual con toda seguridad intentaba convencerla a ella, y a los espectadores trasnochadores de que sus cuchillos podían cortar hasta el diamante.

Alargó la mano hasta el mando pegado con fiso por la tapa de las pilas y pulsó el botón de la muerte. Se levantó y caminó por el pasillo hasta el servicio. Una vez allí se lavó la cara con agua helada, mientras se preguntaba si había soñado con lo que creía que había soñado.
" Yo hacía del cabrón que me arrebató a Clare", pensó. Pero casi al momento una pregunta se iluminó en su mente. "¿Sería aquello lo que habría pasado verdaderamente?"

Un parte de la mente de Matt pensó que lo comprendía, pero aquel estúpido pensamiento fue aplastado sin ninguna piedad por un sentimiento de rabia que creció en su interior, hasta hacerlo perder el control.
Agarró la pasta de dientes, primera cosa que tenía a mano, y la estrelló contra la pared de su espalda. El botecillo reventó y salpicó todo el cuarto de blanco. Justo entonces, se arrepintió de haberlo hecho.


- ¿Otra vez? - Se preocupó. - Anda, toma otro café, jodio.
- No me apetece, Fran. - Rechazó sin mucha credibilidad.
- Demasiado tarde, tú, ya he echado la moneda. - Dijo con su voz, que por un momento sonó cantarina, a pesar de ser tan grave como el susurro del motor de un camión.
- ¿Crees que había bebido? - Preguntó, mientras se sentaba en la silla sin gomaespuma.
- ¿Quién?¿El malnacido que se estrelló contra . . . vosotros? - Terminó. Había estado a punto de decir "contra tí", pero quizás hacer como que no había pasado nada no era la mejor solución; después de todo, ella había sido su vecina durante unos diez años.
- Sí. - Contestó.
- Ni idea, pero por lo menos ardió como si lo estuviera. - Y es que, Fran había sido quien había acudido a socorrerlos cuando el fatal accidente tuvo lugar. A decir verdad, lo había temido cuando el velocista lo adelantó por la avenida como un rayo. Lo único que no podía imaginar fue con el desgraciado que se había empotrado.

Matt se levantó como por inercia.
- ¿A dónde vas? - Lo miró extrañado.
- ¿No has oído el timbre? - Preguntó.
- Esto . . . no ha sonado ningún timbre, tío. - Respondió mirando con ojos analistas a su amigo y compañero.
- ¿Cómo que no? - Dijo con voz más alta de la que intentaba expresar.
- ¿Sabes? Creo que necesitas el día libre, para pensar y esas cosas. - Dijo, encogiéndose de hombros.
- Pero el timbre . . . - Irónicamente, fue este quien lo cortó. Matt hizo un gesto extraño: bajó la cabeza, levantó los hombros y pisó el suelo con el pie derecho.
- Vete, corre. - Ordenó. - Yo le diré al jefe que necesitabas despejarte. Después de todo, él también es viudo.

Levantó la cabeza con enfado, pero al momento se echó a reír. No podía enfadarse con el buen bocazas de Fran.
- Te debo una. - Contestó.
- Dos. - Corrigió el hombretón.


Se había comprado una hamburguesa en el establecimiento de aquella famosa cadena de comida rápida. "Comida basura" pensó cuando dio otro bocado a la masa deforme que estaba atrapada entre lechuga, tomate, especias y pan. Si le hubieran cubierto los ojos con una venda y le hubieran dado a probar, no estaba seguro de haber calificado como hamburguesa a lo que llevaba entre las manos.

Caminaba por el paseo marítimo, ajeno a la gente que lo adelantaba paseando al perro, o corriendo con uno de esos graciosos atuendos de deportista. Tragó la porquería que tenía en la boca y arrojó el resto de su almuerzo a la papelera más cercana. "¿Sabes quién no va a comprar una mierda como esta más?", pensó.

Un pequeño quiosco se erguía, tapando el Sol. Se acercó a él y pidió un paquete de chicles de menta. Matt creía que si no hubiese sido por los chicles, hubiera enloquecido.
Continuó paseando mientras respiraba hondo el aire fresco y vislumbró algo extraño muchos metros por delante suyo, en la playa.

Una muchacha con un bonito y caro vestido caminaba por la orilla. "Está loca", pensó. "Con el frío que tiene que hacer . . . ", pero su mente pareció quedarse en blanco durante un instante.

Salió disparado hacia al murito que separaba el camino de madera de la playa en si, y lo saltó. Se clavó en la arena mientras hacia un gesto de asco; sus zapatos se habían hundido casi por completo. A duras penas consiguió zafarse de ellos y se precipitó hasta la chica.

Cuando poca distancia lo separaba, ella se giró. Matt notó como una oleada de calor le subía del pecho y le enrojecía la cara. Como su corazón pasó de latir cien a mil por hora. Como aquellos ojos verdes le hacían perder el sentido del tiempo.
La abrazó tan fuerte y tan anhelante que pareció querer fundirla en su cuerpo.
- Clare . . . - Sollozó. Ella no respondió, sino que le devolvió el abrazo con toda la fuerza que sus delicados brazos podían ejercer.
- Matt. - Murmuró. - Dios, Matt.

Permanecieron así toda una eternidad. Él siempre había pensado que si la volvía a ver, la besaría como un muerto de sed bebía de una cristalina botella de agua, pero el abrazo era algo más . . . espiritual, podría decirse.
- Dios, como te he echado de menos. - Sollozó de nuevo.
- Y yo. - Dijo con voz apenas inaudible, sepultada por su pecho.

Él la separó un poco y volvió a mirar aquellos ojos. Algo, una arruga, surcaba su cara de nuevo.
- ¿Qué pasa? - Preguntó, sintiendo un miedo irracional en su interior.
- Despierta, por favor. - Imploró mientras sus ojos se inundaban de lágrimas.
- ¡Estoy despierto! - Chilló. - ¡¡Estoy despierto, aquí contigo!!


- Despierta, Matt. - Sollozó mientras abrazaba el inmóvil cuerpo de su marido, alrededor del cual se estaba formando un charco impresionante de sangre. Trozos de cristal estaban repartidos a lo largo de un tramo de la avenida, donde un par de coches yacían, fundidos por el parachoques en un beso mortal.

Una fina lluvia comenzó a caer.

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